domingo, 30 de agosto de 2009

Mercurio de Valpo Domingo 17 de octubre de 2004

A medio camino de
la aldea prometida

Carlos Hernández trae la poesía del Valle del Aconcagua con su obra "La hermosa ruralidad de un sueño".
GABRIEL CASTRO RODRÍGUEZ




La espera larga se justifica si consideramos la estupenda voz poética de Hernández.
Versos
"Hay afuera / una persona / espera que un árbol cuelgue / una calle vacía es una mujer, que no llega a tiempo" (El tiempo se divide). "Fuimos oscuros aprendices, / neófitos profetas de pacotilla, / llevando mujeres al río, / creyendo que escucharían, / la música de los dioses" (Los vacíos pedestales). "Despierto sobresaltado, / la luz de la ventana aturde, / lavo mi cara, / y olvido contar el sueño / al primero que veo". (Ilusión onírica). "Toda la vida, hubiera quedado/ entre esos muslos;/ ha sido lo más cercano,/ a quedar sin respiración" (Artificio erótico). "Creo haberlo dicho, / soy un pobre tipo, / aspirante al regreso" (Uno). "Ayer sorprendí al viento,/ detenido tras los árboles del campo,/ tocaba algunas hojas y miraba a los hombres,/ sin entender sus movimientos" (Dos).
Al centro, al margen estamos. Depende del punto de referencia.
Esa es la condición, ya vemos que relativa, para discriminar o ser discriminados.
Santiago suele literariamente ignorarnos como si no hubiera hora y media entre nosotros, sino mundo y medio.
Pero ojo, cuánto sabemos de las letras de Villa Alemana, de Quebrada Alvarado. Dos centros literarios regionales sumamente activos. Cuánto los ignoramos. Así también a la literatura de la hermosa ciudad del Valle de Aconcagua: San Felipe. No sólo actualidad tienen sus letras, sino tradición.
Al azar algunos nombres de ayer y hoy: Ernesto Montenegro, Carlos Ruiz, Pablo Cassi, Ernesto de Blasis y Azucena Caballero, entre muchos otros. A esta permanentemente abierta lista de escritores, con honores, se une la poesía de Carlos Hernández Ayala (Los Andes, 1973).
Exactamente después de tres años de publicado se presentó "La hermosa ruralidad de un sueño" (Editorial Doña Tungo) en la sala Carlos Hermosilla, subsuelo del Palacio Vergara, en Viña del Mar.
Tres años duró el viaje entre San Felipe y la Ciudad Jardín.
La espera larga se justifica si consideramos la estupenda voz poética de Hernández.
Dicho sea de paso el libro bien hubiese merecido un título a la altura de las bellas alturas a las cuales llega el poeta una y otra vez.
Pero sin exagerar nos sorprendemos con, no la imitación, sino la semejante natural mirada quieta y resultado escritural buscado y hallado siempre con inteligente y apreciada sencillez por Jorge Teillier.
El poeta de la Frontera, de Lautaro y finalmente de La Ligua, acompaña en dúo a este otro poeta con la silenciosa elocuencia de los buenos fantasmas sutiles.
Rara y preciosa forma de hacer poesía que no hemos visto entre los siguientes poetas hasta dar con Hernández. Sólo quizás el poeta viñamarino Francisco Véjar sea la otra excepción a la grave desidia, o impotencia, ante tal valiosa herencia.
Con más presencia mapuche y a veces con más desencantado postmodernismo del que Teillier incorporó en su obra, este joven aconcagüino muchas veces contiene y ofrece en sus versos aquella belleza callada, calmada, nostalgia muda, tristeza suave, reclamo apagado.
Entonces bienvenido este otro poeta bajando del pedestal profanado hasta la tierra tranquila codo a codo, boca a boca con el hombre y la mujer del día a día.
Nuevamente, por fin, cierta promesa de aldea y guardián dulce hecho de muchos versos sabios como el agua corriente.
A medio camino entre los haikús, poemas del lejano oriente, contemplativos, naturales y todo lo mejor del citado autor de "Los dominios perdidos", a medio camino -si no fuera- porque debe aprender este prometedor poeta que los signos de puntuación pueden desterrarse sin miedo de sus limpios poemas, y los títulos de sus poemas pueden (deben) hacerles justicia.
Si hoy creemos que este poeta de poco más de treinta años es una promesa, también le exigimos al mismo tiempo el mejor cumplimiento de una de las herencias más desperdiciadas y apreciables de la poesía chilena del siglo pasado.
Entendemos mejor ahora todos los años que nos separaron de la aldea, esa patria poética que debería estar en nuestros sueños y lecturas desde los márgenes de estos convulsionados y extraviados centros.

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