Hermosa ruralidad de un sueño,
Carlos Hernández, Editorial Doña Tungo, 2008.
Hace un año Carlos Hernández me regaló su
poemario. Me gustaría escribir que tardé todo este tiempo en leerlo, pero no
fue así. En un mes lo tenía leído y conversado con mi amigo Benjamín (gracias a
quien conocí a Carlos). ¿Por qué la demora entonces?, sin culpar al contexto,
ni al tiempo u horarios, me culpo cabalmente de perderme en él. Leerlo una vez,
luego dos, tres y hasta cuatro.
Es que la poesía de Carlos Hernández nos hace
caminar por la orilla y el centro. Damos tumbos por el camino y nos encontramos
a nosotros mismo leyendo uno o varios versos nuevamente. Me gusta como Ricardo
C. Herrera declaró que “la poesía de Carlos es una vasija llena de agua
esperando a quebrarse frente a nuestros ojos”. Lo es, sin dudas, pero
agregaría que es el lector quien decide si se quiebra y disfrutamos aquello o
si gozamos conteniéndola hasta más no poder.
El poemario contiene aproximadamente cincuenta y
nueve poemas, los cuales se reparten entre las diversas subdivisiones que
presenta éste. Nombro a la rápida algunas: Rayar el agua, La hermosa
ruralidad de un sueño, La rebelión de los santos, Anzuelo, Paisajes de micro,
Transeúnte desprevenido, La ciudad, Los malditos se bajan del bus.
Intentaría explicar cada una pero dudaría sobre lo leído y tomaría el poemario
una vez más. Claro está que nada en realidad queda claro, las temáticas
confluyen unas con otras y se entrelazan de manera pasajera pero a su vez
continua, es que Hernández lo logra; crea su propia realidad. En ella genera
imágenes que nos recordarán a Teillier, le guiñe a Vallejo y Juarroz, conversa con
Pessoa o se escabulle criticando y filosofando como lo haría Lihn.
Al reseñar este poemario, como dice Carlos “yo;
repito, reitero, redundo/ mi canto no es mío/ ni nuevo el silencio de las
cosas.”, y estoy en esa constante oscilación de reescribir lo ya indicado
por otros, pero (y solicito que hagan el ejercicio) leer este poemario es
subirse a una micro, pagar el pasaje, pasarse de paradero hasta perderse y no
bajarse nunca tan solo para disfrutar de esa sensación.
No escribo esto para pagar una deuda por el
“aniversario” del regalo otorgado por Carlos, muy por el contrario, solo quiero
seguir debiendo aún más. Para ello termino con este poema (ubicado en Rayar
el agua, primera sección de este poemario) que no podía dejar fuera por
diversas razones: su construcción, la imagen proyectada, el lenguaje utilizado,
un motivo poético claro, y así puedo continuar o incluso analizar verso por
verso. No obstante, leerlo es la única respuesta certera al por qué de mi
elección.
“ELLA”Ella es un durazno fugaz
cayendo en mis manos indignas
Esto va
para todos los que <
la contradicción de mi naturaleza
Humana la deseo
cuando la tengo lejos
entrar en su carne
que siente como yo
quemando la mía suya.
Por Ítalo Rivera.
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